20 de Diciembre, 4:30 AM, barrio de Palermo, Buenos aires,
Argentina.
Con bolso y llaves en mano crucé el living hacia la puerta
de salida de mi departamento, mi hermano que dormía me sale al cruce y me desea
suerte.
Miro una vez más el living, testigo de infinitas comilonas,
y me despido para siempre de mi DEPRIMENTE vida de gorda, sabiendo a ciencia
cierta que la próxima vez que cruzara esa puerta iba ser bien diferente.
Estaba muy feliz, pero debo admitir que no dejaba de ser un
duelo para mí.
Cuando llego a planta baja me miro por última vez al espejo
y no puedo evitar reírme, estaba toda vestida de negro, de pies a cabeza, vermudas,
musculosa y sandalias, ¡para nada alegórico y totalmente literal!, estaba enviudando de mi gordura.
No había otro sentimiento que no sea PAZ en mi persona.
Abrí la puerta del edificio y ahí estaba mi padre,
esperándome para ir al CEMIC, aún sin haber cruzado la calle ya pude ver que
estaba ATERRORIZADO, su respiración estaba agitada, transpiraba y fumaba como
nunca.
Apenas me subo al auto me pregunta:
Papá: ¿Dormiste bien?.
Yo: Si papá, perfectamente, ¿Vamos?.
Papá: ¿A qué hora dejaste de comer y beber anoche? ¿Hiciste
las horas de ayudo que te dijeron?
Yo: ¡NO, recién me comí un bife con papas fritas!...¡OBVIO
QUE SÍ PAPÁ! ¿CREÉS QUE ESTOY LOCA ACASO?
Papá: No, bueno, pregunto nomás…………………….(Silencio
interminable).
Para culminar me dice:
Papá: ¿Estás segura hija? Yo te voy a apoyar en lo que
decidas pero quiero saber si estás segura (Es
verdad, siempre lo hizo).
Yo: ABSOLUTAMENTE, estoy lista.
Papá: Bueno, listo entonces, vamos a la clínica que nos
espera tu madre. (Padres divorciados, para
los que no tenían el dato).
Vivo a 10 minutos aproximadamente de la clínica (2,4 km.)
pero, como explicarles ese viaje en auto.
Yo tuve la sensación de que ese viaje en auto era como “un
portal” hacia otro nuevo mundo, es muy difícil explicar la sensación de alegría,
paz, ansiedad, nervios, melancolía y esperanza, todo junto, mezclado en una
batidora cual cóctel “molotov”.
En el auto el silencio abundaba, sonaba en la radio una
emisora de "viejos" del tipo “Aspen” o “Feeling”, pero nada me inmutaba.
Yo tenía el bolso sobre mis piernas y me aferraba a él como
si lo fuese a perder o alguien me lo fuera a querer robar, miraba a lo lejos
por la ventana y el viento me pegaba en la cara, esa siempre fue para mí una sensación
placentera, era lo que necesitaba en ese momento.
Casi sin darme cuenta llegamos al Cemic. Ya estaba empezando
a “clarear” el cielo, era un día templado y con un maravilloso cielo diáfano.
Papá nuevamente me preguntó, -¿Estás segura, no?, asentí con
la cabeza y comenzamos a cruzar la playa de estacionamiento para ingresar a la
clínica.
Eran las 5 AM.