¿Reconoce esta
descripción?
¿Conoce a alguien de su entorno con estas características?
Así es una persona pesimista. Alguien peligrosamente influyente: basta
conversar con un pesimista para quedar con dolor de cabeza, bostezos y
una idea negra acerca del futuro.
Para el psiquiatra David Burns, muchas veces las personas son
ilusionistas del pesimismo. Su visión de la vida transforma posibles
triunfos en fracasos o derrotas. Construyen, a cada paso y con cada
pensamiento, esa vida monótona y gris de la que tanto se quejan. Cargan
su mente de pensamientos tan negativos que distorsionan la visión de su
mundo y la transforman en algo sombrío que les impide ver cualquier tipo
de esperanza.
¿Cómo cambiar esta percepción? En primer lugar es preciso
reconocerla. Quien se encuentra enceguecido por este modo negativo de
pensar difícilmente pueda una mañana levantarse y decir “hoy empezaré a
disfrutar de la vida”.
Hacerse cargo de uno mismo, convertirse en responsable de la
construcción de la dicha o la desdicha, es un camino sinuoso pero no
imposible de transitar. Las claves que compartimos a continuación
intentan ayudar al pesimista a que se reconozca. También pueden ser una
guía para que quien convive con un pesimista pueda implementar
estrategias y ayudarlo (o ayudarse).
De cualquier modo, buscar atención profesional suele ser la mejor
recomendación. El trabajo terapéutico es el complemento ideal de la
voluntad de cambio, especialmente en aquellos que no encuentran solos la
salida. Muchas veces mostrarle al pesimista lo afortunado que es por
tener trabajo, salud, afecto y contención no resulta suficiente para que
modifique su manera de pensar, arraigada durante años. Optimista no se
nace, se hace. Pesimista, también. En cualquier caso uno mismo decide
(no sin dificultades pero sí con total libertad) qué es lo que elige
para su propia vida. Usted ... ¿qué prefiere?.
1. Evite los pensamientos extremistas.
“Blanco o negro”, “todo o nada”. Este modo de pensar tiene categorías
tajantes, sin grises. Esten los héroes o los perdedores, sin término
medio. Cualquier pequeño tropiezo favorece la frustración. El
perfeccionismo que se oculta detrás de este razonamiento paraliza la
acción e impide ver que es posible aprender incluso de los errores y que
hay pequeñas cosas que merecen ser reconocidas como fuentes de
bienestar.
2. Detecte las generalizaciones.
Haber tenido una mala experiencia no implica que necesariamente se
repetirá en el presente o el futuro (siempre que no siga haciendo lo que
lo condujo al fracaso). Revise en qué circunstancias tiende a
generalizar por vivencias negativas del pasado. Puede ser por problemas
con personas (familiares, amigos, pareja, compañeros de trabajo) o
situaciones sociales (fiestas, reuniones laborales, viajes). Una vez que
las detecte, pregúntese cuál es la evidencia de que volverá a tropezar
otra vez con la misma piedra.
3. Haga un esfuerzo por ver el medio vaso lleno.
Si pasa por alto cada vivencia positiva es porque (aunque no se dé
cuenta) está eligiendo erradicar de su mente todo lo positivo que le
traería bienestar y calma mental, y se permite registrar solo el desecho
emocional. Es un callejón sin salida: con esa actitud lo único que
conseguirá es alimentar el círculo vicioso del pesimismo. Haga el
esfuerzo conciente de anotar todas las noches dos cosas positivas.
Incluya las pequeñas (alguien le dijo algo lindo, el colectivo no se
demoró, el clima es agradable). A medida que pasen los días, sintonice
las experiencias positivas con aquellas cosas que disfruta y antes
pasaba por alto (la música que más le gusta, la compañía de alguien, el
sol a la mañana). Con el ejercicio verá que podrá rescatar,
progresivamente, momentos del día en los que se sintió a gusto.
4. Disfrute de sus logros.
Reconozca y abandone el hábito de “buscarle el pelo al huevo” o “la
quinta pata al gato”. No se trata de que se conforme sino, por el
contrario, de que se relaje y disfrute. Si está haciendo un plan para
bajar de peso y una semana no hay cambios... ¡felicítese por no haber
subido! (el medio vaso lleno). Recién después revise qué hacer para
alcanzar resultados que se ajusten a sus expectativas.
5. No saque conclusiones apresuradas.
Usted es pesimista, no adivino. Entonces lo que piensa puede jugarle
una mala pasada. Si alguien se demora y no llega a horario, no es que lo
dejará plantado... quizá perdió el colectivo. Si quedaron en llamarlo y
no lo hicieron no significa que no lo quieran lo suficiente... tal vez
el llamado se demore por algún contratiempo. Cada vez que saque una
conclusión negra y apresurada, respire profundamente y revise qué es lo
que lo lleva a imaginar finales tristes.
6. Deje de magnificar los problemas.
Haga de cuenta que sus ojos tienen una lente magnificadora de
problemas a proporciones gigantescas. Mientras vea la vida desde este
punto distorsionado no podrá alcanzar sus metas: le será imposible ver
los problemas en tamaño real. Ajuste la proporción de lo que vive usando
una escala práctica del 1 al 5. Lo que sucede es extremadamente
difícil/insoportable (nivel 5) hasta normalmente soportable (nivel 1).
Cuando haya puntuado la situación, revíselo con sentido común. Si se
anima, converse con alguien de confianza y cuéntele lo que siente. Esté
abierto a otras opiniones, averigüe qué sintieron o hicieron otras
personas en una situación similar. Por lo general nada es tan terrible
como parece a primera vista.
7. Deje de evaluar todo de acuerdo a cómo se siente.
Si es una persona pesimista tenderá a evaluar su vida desde un estado
de ánimo negativo. Aprenda a desconfiar de sus emociones hasta que esté
preparado para advertir que pueden traicionarlo. No es una persona
insignificante aunque así se sienta. Ni es una persona inútil aunque
algo no haya salido perfecto. Recurra a la lógica. A veces a pesar de
que uno haga las cosas bien los resultados no son los esperados. Así es
la vida... y eso no es tan terrible. Usted puede soportarlo.
8. Suelte el pasado.
Lo que debería haber hecho y no hizo... ya pasó. Deje atrás el ayer,
deje ir el pasado. Ya no puede hacer nada por cambiarlo aunque se
arrepienta de lo que haya hecho o dejado de hacer. Revivir
permanentemente esto solo atrae frustración y amargura y lo hace seguir
perdiendo la oportunidad de alcanzar el bienestar que se renueva todos
los días.
9. Abandone las etiquetas.
Los pesimistas suelen tenen un soliloquio lleno de etiquetas
autodegradantes. Al mínimo error que se comete este diálogo interno se
dispara con recriminaciones tales como: “estúpido”, “idiota”,
“perdedor”, “fracasado”. Reemplazar estos pensamientos negativos
automáticos exige trabajo. No pretenda borrarlos de una día para el
otro. Comience por reconocerlos en el preciso momento en que aparecen.
Descubra en qué ocasiones se dispara el play y reproduce estas etiquetas
y, cuando lo esté haciendo, deténgase. Pulse un stop mental de
inmediato. Abandone concientemente (quizá con esfuerzo) esa
reproducción. Diga “¡basta!” mentalmente o en voz alta. Deténgase y
cambie el foco de atención intencionalmente. Recuerde que quizá hace
tiempo que se autoetiqueta sin darse cuenta. De a poco empiece a
reemplazar esas etiquetas negativas y pesimistas por otras. Haga una
lista de sus virtudes, de sus cualidades positivas. No hay razón para
que se maltrate con pensamientos autodestructivos.
10. Escriba un diario.
Anote sus pensamientos sin omitir ninguno. En lo posible, describa la
situación detalladamente. De este modo podrá revisar cuáles son los
disparadores de pensamientos pesimistas. Si, en cambio, descubre que
fueron pensamientos positivos y conductas proactivas (que le permitieron
encontrar una solución óptima a la situación) dése una palmada y
propóngase aplicar ese recurso en otros ámbitos. La clave está en pensar
en soluciones, en elaborar alternativas, en construir salidas que le
permitan mejorar aquello que siente que no va como desea. Si se queda en
el lamento permanente, rezongando por la vida que “le tocó”, podrá
hacer poco para construir la vida que quiere vivir y, sin dudas, que se
merece.
Prof. Dr. Alberto Cormillot