20 de diciembre de 2011

La llegada / los preparativos de la cirugía.

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Les juro que yo flotaba, sentía que mis pies no tocaban el suelo, como si levitara, estaba en otra dimensión, por última vez crucé las puertas de la clínica como obesa mórbida.

Llegamos a admisiones y presento mi orden de internación, un señor muy caballero nos indica el camino y nos lleva por pasillos internos para llegar más rápidamente a la habitación.


Entramos a la habitación, apenas atravesé la puerta me adueñé de ella, saqué las cosas del bolso y me senté en la cama, “quería probarla”.

Minutos después entra mi madre, -hasta ese momento habíamos estado distanciadas, por motivos que no vienen al caso-, pero debo reconocer que verla ahí me reconfortó mucho, me tranquilizaba saber que iba a estar ahí, (además de tranquilizar a mi papá que estaba como loco).

Me preguntó cómo estaba – hacía semanas que no nos veíamos ni hablábamos– le respondí que bien, tranquila y ansiosa. Me dijo que todo iba a salir bien y le respondí que lo sabía, que me había preparado mucho para eso.

En el acto vino una enfermera, me dio la bienvenida y me da las primeras instrucciones.

Me dice ­– Tomá, báñate con este jabón (una especie de telita que al mojarse tiene jabón) y ponete la bata, sin ropa interior, por favor-. Yo ya me había bañado pero no iba a contradecir a la señora, me esperaban 2 largos días bajo sus cuidados, lo que menos quería era contradecirla.

Me bañé, por suerte la bata era grande y no me sobraba tanto cuerpo fuera de ella. Muy en contra de mi voluntad me quedé sin ropa interior (soy extremadamente pudorosa).

Vino un enfermero varón y me dio las siguientes instrucciones, me iba a tomar la presión (11/7), la temperatura (36.5 C°) y me iba a pesar (para saber la cantidad de anestesia necesaria en la cirugía).

Caminé hasta la balanza y me juré que iba a ser la última vez que pesarme fuese “una maldición”, y así fue, mi enemiga me estaba dando tregua ¡por fin!, indicaba 97,4 kilos, exactamente 13 kilos menos que cuando había comenzado el tratamiento y para coronar semejante logro, con ese peso acababa –según los parámetros médicos de peso y de IMC- de salir de la obesidad mórbida, eran todas buenas señales.

Volví al dormitorio y mi cara lo decía todo, ¿O no?.

Esas fotos me las saqué mientras esperaba que vengan a buscarme.

A los pocos minutos vino la enfermera nuevamente, me entrega una cofia espantosa de baño – pero esta era de clínica – y unos zapatitos igual de hermosos (léase sarcasmo), sin chistar me puse absolutamente todo.

Vino el Doc. Carlos Giordanelli y me preguntó cómo estaba y si estaba lista, le dije que sí y se fue al quirófano, supongo yo, porque ahí lo encontré minutos mas tarde. 

La enfermera me dijo que ya ERA LA HORA, que me tenían que llevar al quirófano, ¡Que emoción! ¡Realmente iba a suceder!.

Les di un beso a cada uno y partimos hacia el quirófano, en la camilla misma. El trayecto fue corto, salimos de la habitación, luego a la derecha, luego a la izquierda y pasé por un “hoyo” u “orificio” que conectaba con el quirófano y me deslizaron por ahí. Listo, ya estaba dentro del quirófano.

Del lado de afuera – desde mi camilla- veía a Giordanelli y Monti, mis cirujanos, esperando que el equipo médico termine de “prepararme”.

Párrafo aparte merecen los “atuendos” de “Gio” y Monti, mitad color mostaza y mitad bordó – nunca visto – juicio al diseñador de esos “ambos”, no dije nada, obviamente, pero no podía dejar de pensarlo.

En cuestión de segundos el anestesista me hizo volver a lo importante y me explicó lo que me iban a colocar, que efecto iba a tener, me hizo preguntas sobre que medicación tomaba y si había tomado alguna ese día, le dije que absolutamente nada, entonces era mi momento de hacer las preguntas de rigor. La misma secuencia que con el anestesista de la endoscopia, le pregunté si había bebido, dormido, etc., obviamente me dijo que no, ¡que me va a decir! ¡Qué ilusa!

Me pusieron el catéter por donde iba a pasar la anestesia (no dolió nada) – y eso que yo soy re maricona- sentí un chorro tibio corriendo por mi torrente sanguíneo…¡GAME OVER  AGAIN!

Lo próximo que recuerdo fue estar en una habitación diferente, atontada, con molestias obvias, “Gio” al lado mío preguntándome como estaba y fue ahí cuando lo supe…¡HABÍA VUELTO A NACER! ¡Estaba viva! ¡Comenzaba una nueva vida! Aún atontada lloré de emoción, eran lágrimas de felicidad.

A los pocos minutos volví a ser yo y comencé a quejarme- si señores- me dolía el pié.

 

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